Valentia Fosca nace!


Al lector:

No es menester querer promover una actividad tan poco lucrativa y didactica como la escritura. Lo hacemos como última voluntad. Antes de que todos acabemos carbonizados por la mugre que habita en la capital del Turia. Como huímos de ella en pos de un bienestar fetén, no vemos mejor elección que antrincherarnos en la red y ser profanos en nuestra tierra. A través de nuestros personajes crearemos un submundo oculto. Carecemos de mala voluntad; pero no somos testigos mudos, más bien somos declarantes que denuncian su malestar. Somos un poco hijos de puta.



lunes, 21 de septiembre de 2009

Gregor Sánchez.

Ron y myolastan.


Ron y myolastan. Hay que joderse con las riendas que uno gasta para domesticar la noche. Y luego esto de salir a elucubrar por la calles. Esas ideas de parir literatura bajo la fórmula del simple paseo. Esto no se hace, canallas. ¿Jugar a la literatura? Es nuestra manera de hinchar el pecho de cadáveres... Eso es lo que somos. Algo triturado por esta ciudad que nos vomita a la intemperie. Y uno se encuentra entonces tambaleándose por Cavallers, sin haber bebido ni un trago adicional a lo oficialmente establecido. Sí, Cavallers o Caballeros, tan aguada la calle como el licor que ahora me perturba y me disfraza para que redacte estas palabras. Un travesti. Eso es lo que soy. Siempre me engañáis, joder: será una noche magnífica, sucederán cosas y las escribiremos. ¿Qué coño va a pasar en una ciudad que se viste con burka? Una ciudad más musulmana que Argel o su puta madre. En fin. Decía Cavallers: cuatro gatos y dos ovejas. Negras, negrísimas. Nosotros. Descarriados del rebaño y olisqueando flyers en sant Jaume. ¿Picadilly? Sólo drogatas pobres, con olor a una humanidad que conmueve y entristece hasta el euro, un solo euro, que es una lágrima a cambio de una lata de cerveza. ¡Y qué pocas mujeres! ¡Y que tan réplicas todas de la Maredeueta! Mirando hacia abajo y todo, al escote que se les corre hacia el sur como un rímel de poliéster o qué se yo. Empiezo a estar borracho. Neutralizado por el calor y las dudas. ¿La literatura merece esto? ¿Picadilly? No, quizá en la puerta del Radio City... Oh, oh. ¿Estará la DF? Ay, Sergi, tú que duermes y nos sueñas, mira que si la DF sale de allí, tan borracha, con el ansia apretada entre las piernas. Yo le hablaré de ti. Me presentaré como tu escudero y le diré que combates en Flandes, con un escapulario con su rostro adherido al pecho sudoroso. Todo eso. ¡Infalible! Pero no. La DF no. Una vez más no. ¿Dónde coño se habrá metido esta muchacha? Ya ves, ha abandonado tu atchlung, con perdón. O sí, tal vez estaba hace rato y se ha llevado todos los flyers del Picadilly. Porque no queda nada. Sólo un negro vendiendo guru-guru en valenciano. Qué sí, coño. En valenciano. Qué esta ciudad conserva todavía viejos modales que nos reconfortan. Pues nada. A pagar la consumición, el inefable impuesto. Porqué hay escribir. ¿Verdad? Es lo que toca. Para eso hemos abandonado el arrabal marchito y caminado por Sagunto entonando himnos silenciosos de victoria. Y aquí estamos, en el umbral del Picadilly, este puñetero antro que desafina como un Polifemo con faringitis. Adentro, adentro... que la humedad escuece y necesitamos algún chorro de garrafa que nos inspire. ¿10 euros? Su putísima madre. La paga de la semana en esta ruleta rusa. Veamos... la estadística no falla. Tres tíos por cada tía. La posibilidades se sitúan a partir de las cinco de la madrugada. Y son todavía las dos. Existe la posibilidad de tomar apuntes sobre la barra. Pero eso es incitar al odio. Hacerse el interesante bajo estos paisajes sólo conlleva a la contusión y al coágulo. La masculinidad exige unas normas y un cortejo sin demasiadas suntuosidades. La primeras en exigirlo son las damas, que ensayan sus playbacks a la sombra del dj: un tipo escuálido, lívido, que mantiene viva la penumbra con un pop sicodélico. ¿Cómo les vamos a interesar nosotros con esta pinta de secretas o de coleccionistas de comics? Que no. Las tres, las cuatro, las cinco. Hora en que los blancanieves aceptamos nuestro Waterloo y nos alejamos disimuladamente. Con melancolía y con una cierta indignación, como si hubiéramos venido a la ópera y el barítono desentonara. Y luego, claro, llega la filosofía. Que si la ciudad, que si el conservadurismo social, que si desde que nos visitó el Papa la ciudad ya no ha vuelto a ser la misma. En fin. Lo de siempre. Y al pasar por la plaza de la Virgen nos invade esa envidia de psicópatas frente a las parejas que se registran cada pliegue de la carne, con esa impudicia tan elocuente que destila alcohol y deseo. Tristeza. Tristeza por la plaza de Manises y Roters. Ni las pizzerias están abiertas para engañar al hambre, al hambre de verdad. La noche y las palabras finalizan en los bancos de las torres de Serranos. Dos pobres almas que no se atreven a cruzar el río, que es como siempre, a estas horas, una lúgubre laguna Estigia. En la otra orilla no esperan los lechos y los balances. Un material de mínimos para esta narración desganada que os lanzo para cumplir con palabras de honor y con una cierta desinfección literaria para digerir noches tan insignificantes.

Gregor Sánchez

Elmir J. Siniestro.

INFLEXIÓN


Se abrió con ese ruido tan característico la parte inferior de la caja donde se guardan tantos billetes. El hombre estrechó su mano gélida y recibió con seriedad los diez euros que salieron de mi bolsillo . Eran unos euros recién horneados por el único cajero que estaba abierto en la Calle de La Paz. Ese momento clave , que se podría congelar o grabar para la posteridad, supone mi derecho de admisión al Picadilly. Esto nos inculpa. Hemos sobrepasado el punto de inflexión.



Y ahí estamos otra vez. Nos sumergimos tras la puerta de cristal y nos propulsamos hacia las marismas oscuras de este antro. Como si fuéramos almohadillas juguetonas flotando como burbujas que en su interior , a priori vacio, llevan sus penas consigo. Destilamos nuestra esencia dentro del féretro gigante. Un féretro que está enterrado en pleno centro de la ciudad. Ahí es donde depositamos toda ( posiblemente única ) esperanza. Es una esperanza fúnebre, porque el punto de inflexión te cobra un precio alto. Se basa ( y seamos realistas ) en UNA BÚSQUEDA( o en ocasiones re-encuentro ) de una mujer que dentro de la asfixia que provoca este sarcófago, esté dispuesta a tener como mínimo una conversación que luego sirva como excusa para intentar por todos los medios satisfacer las necesidades sexuales. Amén. En ocasiones, esa esperanza se convierte en una huída. Acudimos al ataúd porque simplemente y llanamente no podemos ni queremos dormir. Hoy no estamos dispuestos a conformarnos con una simple silueta de algo que pudiera haber sido y no fue. No iremos a casa hoy. Esta noche hemos cruzado el punto de inflexión. Seamos conscientes de que no podemos esperar al Sol afuera. Si no descendiéramos a los avernos calavera y los destellos de la luz solar nos llegaran a tocar; podría derretirse la membrana de nuestros sesos y quedar además ciegos. Preferimos que el Sol, por el momento, no asome su circunferencia iluminada y nos queme las retinas oculares. Nos tiene hartos.


Sergi ya había encontrado una cenicienta a la que presentarse y lanzarle un discurso seguramente apocalíptico y metafísico sobre la existencia humana en un tugurio como el del Picadilly. Le debía ir bien, ya que ella no le quitaba los ojos de la cara y él ya había empezado a gesticular con las manos y a lanzar esa mirada al aire ( el aire “Picadillyano“ es un aire perpetrado y viciado por el humo y si además le sumas el apetito “testosterónico” de las hormonas masculinas que piden paso con tremenda austeridad entre tanto olor humano, la humedad incrustada en cada poro y en cada centímetro cuadrado, el adorno de la música electro-infernal y el olor de ultratumba que provoca el idiota que tengo al lado que no sé porque coño va sin camiseta; podemos deducir e interpretar que rozamos el esperpento marginado y escueto de la cara sucia de la abominable Valencia; sudor, calor, humedad y ganas frustradas de follar unidas en una misma dirección que aspiran a ir juntas de la mano pero que por circunstancias de la estúpida dignidad humana, no llegan a la meta deseada ; olvidarse de uno mismo o morir en el intento.


Ya había visto en el centro de la pista a la de la falda azul . La de la falda azul , llevaba unas gafas negras que le daban un toque extremadamente sexy. Especimenes carnívoros la rodean. La de la falda azul parece que hace un ejercicio de introspección y entre los ligeros movimientos que realiza en el centro de la pista y el espacio que genera los buitres rodeando y merodeando (quizás esperando una oportunidad o una mirada que les sirva de excusa para realizar un ataque desmedido hacía su cuerpo) , me voy posicionando hasta que esté a una distancia lo suficientemente prudente como para no ser del todo visto y ser visto “en un todo” al mismo tiempo. Como si quiero , pero que no quiero. Sí quiero. Sí. Entonces se me ilumina la luz roja que habita dentro de mi y me predispongo a lanzar un ataque sin escrúpulos. Estoy concentrado, borracho y tengo la labia dispuesta para tratar cualquier tema. Ya estoy acostumbrado. Sé hablar de todo y soy capaz de cambiar hasta de ideología y convertirme en un fascistoide por la conquista de la carne humana. Así soy a estas horas: un tremendo animal en busca de solomillo fresco. Puedo cambiar mis firmes principios por un “si”. Así que allá voy. Tengo el apoyo de mis amigos. Los oigo tras mis hombros. Gritan cánticos de guerra , como los Sioux y a ellos se les ha unido Alain Delon, también Pasifae , y demás aguerridos guerreros de la baja sajonia que me encuentro por el camino. Oigo el aliento de Espartaco y como un rayo de luz, aparecen en mi memoria fotogramas que parpadean fragmentos de Sueños de un Seductor. Puedo vislumbrar a Marat y Daltón, a algún Soviet, también a Durruti, los susurros de Mr. Tom Waits, los gritos de Miller alentándome hacía mi tesoro unidos a los delirios de un Bogart que parece ir de Ketamina…Y hacia allí me dirijo. Cada paso se convierte en un alarido enorme. Cada vez que uno de mis pies toca el suelo y se desdobla para avanzar hacia la carne, el Picadilly entero tiembla. Tiemblan los cimientos, se tambalea el edificio y hasta la música sufre mis vibraciones. Cada paso: un alarido. En cada zancada noto el aliento de todos los que me apoyan . Cada paso es una consecuencia del traspaso del punto de inflexión. Cada paso es una engrasada autoestima a diez mil por hora. Y ahí llego, con la perfección de un matemático experimentando en ecuaciones imposibles, con la perseverancia de un Don Juan del siglo XVIII que ostenta un gran vocabulario romántico, como un Mastroniani convencido de que su conquista es cuestión de tiempo, como un regimiento enorme de Visigodos enfurecidos, con textura, esponjoso, pero con cinco o seis cohortes, con la bravura de un bárbaro esperando a la barbaridad. Esto va a ser la puta batalla de Brunete que esta vez no se va a perder....


Hola, ...perdona...¿por casualidad no estarás hambrienta?


Continuará...